La Luna de Rubén
Siempre me dice que se siente igual;
que le dicen sus voces que camine en paz
mientras vientos y oleaje lo arrojan al mal.
Ella le dice que esto es por necesidad;
que por ahora se hace para bien, nada más,
que es pasajero y bueno, y que sobrevivirán
ligero y liviano, no le hace tanto daño
al corazón...
¡Pero por el día la soledad arde más que el sol!
¡Me dice que lo llena de un escalofrío infernal
y ésta historia no parece tener final!
¡La luna de Rubén sale todas las noches
menguando su Mar De Tranquilidad
en un eclipse parcial de emociones
para orbitar tu perdón y piedad!
Siempre me pregunta: ¿cuándo el dolor va a acabar?
Y ella no sabe amortiguar...
Siempre me dice que se siente igual;
que le dicen sus voces que camine en paz
mientras abrazos y besos lo rescatan del mal.
Ella le dice que el amor es más;
y eso lo llena de besos de felicidad.
Inquietudes, angustias, no se ven, ó se van;
no existe placer que su sonrisa no le dá.
A su lado no le hace tanto daño
al corazón...
¡Por el día hay alegría que regresa con el sol!
Me dice que lo llena de un gozo total
y ésta historia no debe de tener final!
¡La luna de Rubén sale todas las noches
creciendo su Mar De Tranquilidad
en un eclipse parcial de emociones
para orbitar tu amor y amistad!
Siempre me cuenta: ¡mi alma entera le he de dar!
Y ella siempre lo sabrá amar...
-Rubén
Roob'n
La Lune de Rubén
samedi, octobre 25, 2003
dimanche, octobre 19, 2003
“¿Qué sientes?”, preguntó la niña.
Y el muchacho le contestó, “No sé lo que siento. Nunca había sentido algo así.” Con las manos en los bolsillos, descalzo, intentó descubrir un pensamiento que hiciera sentido. Algo que le deje saber. Quería saber. El viento le tiró su pelo en la cara, pero seguía mirando. Y vió, por entre sus cabellos, lo que tenía en frente. Pero no lo entendió.
A su cintura se encontraba la niña, quien le miraba desde bajo con ojitos claros. “Aún cuando viste tu primer amanecer, ya sabías lo que era”, le dijo la niña.
El muchacho entonces bajó la mirada, hacia los ojitos claros, y respondió, “Porque alguna persona ya me lo habría de haber contado. Lo sabía porque me lo habían enseñado”.
“¿Acaso no te enseñan a sentir?”, la niña preguntó, “Lo que sientes ahora... ¿Nadie que conoces lo ha sentido? No has de haber aprendido, lo que sientes ahora, anteriormente?”
“Se me hace difícil recalcar cualquier cosa, del ‘anteriormente’, ¡ahora mismo!”, objetó el muchacho, “Todo es misterioso... Mi lugar, mi rumbo... ¿Porqué estoy aquí?”
“Porque decidiste venir.”
“¿A un lugar desconocido? ¡Ni siquiera sé de donde vengo!”
“Eso, lo dudamos todos.” La niña comenzó a caminar, alejándose del muchacho... pero éste le siguió.
Caminaron largos minutos en silencio. La niña observando su cada pasito... El muchacho, pisando sus huellas.
“Me sigues”, la niña expone. “¿Es que ya sabes cómo contestarme?”
“Es que no quiero estar solo”, el muchacho contesta.
“Entonces te sientes ¿solo...?”
“No debo estarlo. Estoy contigo...”
“Pero así te sientes.”
La niña se detiene. Y el muchacho también.
La niña le continúa hablando, “No sabes dónde estás. No sabes con quién estás. Aún con mi presencia, dudas de mi compañía. Te sientes solo...”
El muchacho piensa... luego responde, “Sí... Me siento perdido...”
“¿Cómo te has perdido, si no sabes de dónde vienes? ... A menos que sepas que no deberías estar aquí... ¿Acaso no te agrada estar aquí? ¿Quieres estar en otro sitio?”
“No lo sé. Me siento incómodo aquí, porque no sé donde deba estar...”
“Quizás éste es tu lugar... Siéntate. Hablemos más. Ésto me gusta.”
Se sientan (el muchacho primero).
“Dime quién eres”, el muchacho le pide.
“Si eso tuviera importancia, me habría presentado desde un principio. Pero, bien, si deseas darme nombre...”
“¿No tienes uno ya?”
“Hasta ahora no ha sido importante. Llámame lo que desees.”
“Quisiera llamarte por tu nombre...”
“¡Entonces nómbrame!”
“Olvídalo. No importa...”
“Te lo dije. No es importante.”
Un poco disgustados, se quedan en silencio por un rato.
El muchacho rompe el silencio, “¿Te molesta si te llamo ‘Evelyn’?”
“Ese es mi nombre.”
El muchacho lo coge a burla, “¡No te creo!”
“Entonces, ¿¡es que me llamarás algo diferente!?”
“No...”
“Pues, Evelyn soy.”
“Yo soy Zavier.”
“Lo sé.”
“¿¿Ya nos conocemos??”
“Apenas estamos empezando... Pero, sí, ya sabía de tu nombre anteriormente.”
“¿Cómo?”
“Lo dices mientras duermes. Lo dices en tus sueños.”
“¿Es ésto un ¡sueño!?”
“Para algunos, sí.”
“¿¡Porqué sigues hablando en acertijos!? ¿Estoy soñando, ¡ó no!?”
“No te puedo contestar esa pregunta.”
“¡¿Y porqué no?!”
“Porque no le sé la respuesta...”, dice la niña, triste.
El muchacho se disgusta de nuevo, y hay otro silencio.
Y el muchacho lo rompe de nuevo. “¿Porqué querías saber cómo me siento?”
“Porque quería entender tu cara, tu mirada; saber lo que pensabas.”
“¿Qué entiendes?”
“Todavía poco. Quizás me lo puedas explicar tú.”
“Explicarte...”
“¿Porqué miras así?”
“Creo que busco algo... ó a alguien... ¡Respuestas! Busco-”
“¡Buscas conocimiento!”
“Algo así. No entiendo muy bien qué es lo que está pasando... aquí... con nosotros... ¿Qué es esto?”
“No tienes que entenderlo... Sólo tienes que sentirlo.”
“Pero no sé qué debo sentir.”
“Todo.”
“No entiendo...”
“Que bueno.”
El muchacho se disgusta, “Me quiero ir.”
“¿A dónde irás?”
“¿¡Porqué crees que tengo idea!? No sé, siquiera, ¡si pueda salir de aquí!”
“Puedes salir. Todos salen.”
“Todos... ¿Quienes son... todos? ¿Algunos... los que sueñan!?”
“Son como tú.”
“¿Dónde están?”
“No se encuentran”
“¡Entonces no son como yo! ¡Yo estoy aquí!”
“¿Estás seguro? ¿Cómo puedes estarlo? Ni siquiera conoces el lugar en donde estás.”
“Pero ¡sé que estoy! Como sé que existo. No tengo que conocerme para saber que soy yo.”
“Ah... Deseas conocerte...”
“¡Soy Zavier!”
“¿Y quién es Zavier?”
Zavier se queda en silencio, pensándolo... No sabe contestar.
Dice, “Zavier es ¡el que busca a los demás! Los demás, de quienes no me has dicho dónde están!”
“¡Y, ¿qué buena razón tienes para buscarlos?! Creí que no te sentías solo. ¿Ó es que te sientes mal acompañado?”, Evelyn pone una cara de depresión sarcástica. Y casi sonríe.
“¡DEJA YA DE JUEGOS!”, Zavier le grita, y se levanta. La carita de Evelyn enseña un poco de temor. Zavier continúa, “¡Me voy! Dime si en ésta dirección encontraré a los que son como yo.”
“Es posible”, dice Evelyn, un poco desepcionada, “Si has de encontrar a algunos, se encuentran hacia cualquier parte. Pero recuerda, los sueños se acaban. Y todo lo que tiene fin, no está terminado. Cuidado con los bordes. Si caes en peligro, no dudes en llamarme... Y antes de salir, no olvides despedirte...”
“Conoces bien éste lugar... Y escondes lo que conoces...”
“Conozco lo que soy, y soy parte de tu sueño. Y no escondo nada. Sólo aprendo.”
“¿Parte de mi sueño? ¡Entonces, ¿es un sueño?!”
“No. Creo que para ti, no lo es.”
“¡Y, ¿QUÉ ES?!”, Zavier se enfada de nuevo. Pero antes de que la niña le pueda contestar, desvanece bruscamente; y Zavier se queda solo, en el espacio de sus límites, con su viento y marea, su arena, su silencio...
Cuando por fin Zavier camina, lo hace en dirección hacia donde se había encontrado con Evelyn. Pero el sitio ya no estaba allí. En su lugar, había una penumbra tenebrosa, luces débiles y sombras coloridas. Un color oscuro; natural.
Aquí ya no hacía mucho viento, pero el aire se movía con libertad, y todavía podía cargar voces. Las voces que le llegaron a Zavier y lo hicieron saltar.
“-hasta la cruz!”
“¿Qué cruz?”
“¡Maldita sea!”
Eran las voces de tres hombres. Y todos sonaban agitados.
“Había una cruz en el suelo. ¡Marcaba el lugar!”
“Yo no veo tal cruz.”
“Maldita sea...”
Zavier se dirige rápidamente hacia las voces, y liberándose de obstáculos frondosos, encuentra (en efecto) a tres hombres.
Discutían:
“Yo sé que es por aquí. ¡Tienen que creerme! ¡Vamos! ¡Continuémos!”
“¡Creo que estamos perdidos! ¡Yo creo que tú nos perdiste!”
“¡Ay, virgen santa! ¡Maldita sea seguir caminando! ¡Ya me duele! Me duele...”
Zavier les interrumpe, “¿Están perdidos también? Que desafortunado... que los perdidos sólo encuentren a otros perdidos.”
“Nosotros no estamos perdidos”, el primer hombre le dice a Zavier.
“¡Estamos perdidos sí!”, protesta el segundo hombre.
“¡Maldita sea la madre...!”, concluye el tercero.
Entonces, Zavier pregunta, “Pues... ¿saben dónde estoy?”
“Con nosotros.”
“Perdido.”
“Adolorido.”
Zavier comienza a frustrarse, “¿Dónde estamos nosotros?”
“Estamos en el lugar donde había una cruz.”
“Pero no hay tal cruz. Asi que éste no es el lugar.”
“Ya me duele mucho. Donde estémos nos debemos quedar. Ya no quiero caminar más.”
“¿A dónde quieren ir?”, Zavier pregunta.
“Al lugar marcado por la cruz.”
“Queremos salir.”
“Me voy a sentar.”
Zavier pone cara de confundido, “¿No es éste el lugar marcado por la cruz?”
“Sí. Aquí es adonde queremos ir.”
“Pero éste lugar no es aquí. Porque no tiene cruz.”
“Me voy a acostar.”
Zavier ya está irritado, “¿Ustedes conocen a Evelyn? ¡Porque seguro hablan estupideses como ella!”
“¿Quién es Evelyn?”
“No la conocemos.”
“Quiero soñar...”
“Evelyn es una niña...”, Zavier explica. Y les describe a Evelyn.
“Ah sí. Todos conocemos a Evelyn.”
“Pero no es Evelyn.”
“Sueños bonitos...”
Zavier no puede más, “Entonces, ¡¿quién carajo es?! Si no es Evelyn, entonces no la conocen. Y si la conocen, ¡¿entonces quién es Evelyn si no es Evelyn?!”
“No sabemos quién es Evelyn. Pero todos aquí la han conocido.”
“¿Quién eres tú?”
“Déjenme dormir.”
“Todavía no le tengo respuesta a esa pregunta”, Zavier contesta.
“Entonces, para qué quieres saber quién es Evelyn?”
“¿Estás seguro de que tú ¡no eres Evelyn!?”
“Déjenme salir.”
La furia de Zavier está a punto de estallar, pero se distrae con lo último que dijo el tercer hombre. “¿Salir de dónde? ¿A dónde van a salir? ¿Cómo se sale?”
“Salir de éste sueño...”
“Despertando...”
“¡¡¡La cruz!!!”
El tercer hombre se levanta en un instante, y sin señas de dolor alguno, echa a correr como un loco hacia la dirección de donde Zavier había venido. Los otros dos hombres... se van corriendo detrás de él.
“¡Esperen!”, Zavier les pide, “¡Creí que esto no era un sueño! ¡Explíquenme! ¡Por favor!”
Zavier los persigue, pero solo encuentra una total obscuridad de repente. Y ya no habían sonidos, ni compañía.
“Alguien explíqueme... por favor...”, Zavier casi lloraba.
“Todavía buscas conocimiento”, le contesta una vocecita a Zavier, “¿Qué quieres saber?”
“¡Evelyn! Pero, ¿dónde estás, que no te veo?”
“Ya sabes cómo me veo. No me tienes que ver. ¿Acaso todavía dudas de mi compañía?”
“No. Confío en ti. Confío que estás conmigo. Pero... no entiendo. Yo no te llamé...”
“No por mi nombre. Pero quisiste mi compañía. De ese modo me llamaste. Y ahora estoy aquí. ¿Porqué estoy aquí, Zavier?”
“Ayúdame a salir. ¿Dónde estoy?”
“Estás en un borde. Todo aquí... no ha sido terminado.”
“Quiero salir por favor.”
“¿Sabes porqué entraste?”
“No.”
“¿Y cómo es que sientes que ya debes salir?”
“¡Porque quiero salir!”
“Bien. Entonces no tienes por qué estar aquí.”
“¿Cómo salgo?”
“Despertando.”
“¡Eso dijeron aquellos hombres! ¡Pero tú dijiste que no estaba soñando!”
“Ah, ¡que bien! Encontraste a otros como tú.”
“¡Aquellos eran unos locos!”
“Eran como tú.”
“Y cómo tú, ¡¿no?!”
“No. Yo soy diferente.”
“¡¿Quién ERES, Evelyn?!”
“Soy...”, Zavier nota el cambio de voz de Evelyn, a tristeza, “No sé. Por eso busco a los demás. A los que son como tú. Son a los que único logro comprender; y puedo conocer.”
“Pero... ¿cómo sabes que eres diferente, si no sabes quién eres?...”
“Porque yo... nunca he podido salir...”
“¡Dime la verdad de una vez, Evelyn! ¿Es ésto un sueño?”
“No.”
“¡¡¡Entonces, cómo despierto!!!”
“Es que estás dormido... de una forma diferente... Y debes llegar a despertar, de una forma diferente...”
“¡Más acertijos! ¿¡De qué me hablas!?”
Pasaron segundos sin contestación. Y Zavier se encontró de nuevo en completo silencio (acompañado por la total obscuridad). Hasta que habló consigo mismo.
“Despierta, Zavier.”
“No es fácil.”
“Pero puedo.”
“Lo que busco es la salida.”
“Pero antes... debo encontrarme adentro.”
“Debo conocer mis razones.”
“Debo conocerme.”
“Me conozco.”
“Entonces sal, Zavier...”
“Adiós, Evelyn... quien sea que seas...”
“Despierta, Zavier.”
El muchacho sólo se escuchó. Y aunque no entendió, se sintió.
Y del sueño despertó. Pero aún ya en el mundo de su vida, todavía duda si vive... ó si duerme...
Despierta
por: Rubén
Roob’n
Y el muchacho le contestó, “No sé lo que siento. Nunca había sentido algo así.” Con las manos en los bolsillos, descalzo, intentó descubrir un pensamiento que hiciera sentido. Algo que le deje saber. Quería saber. El viento le tiró su pelo en la cara, pero seguía mirando. Y vió, por entre sus cabellos, lo que tenía en frente. Pero no lo entendió.
A su cintura se encontraba la niña, quien le miraba desde bajo con ojitos claros. “Aún cuando viste tu primer amanecer, ya sabías lo que era”, le dijo la niña.
El muchacho entonces bajó la mirada, hacia los ojitos claros, y respondió, “Porque alguna persona ya me lo habría de haber contado. Lo sabía porque me lo habían enseñado”.
“¿Acaso no te enseñan a sentir?”, la niña preguntó, “Lo que sientes ahora... ¿Nadie que conoces lo ha sentido? No has de haber aprendido, lo que sientes ahora, anteriormente?”
“Se me hace difícil recalcar cualquier cosa, del ‘anteriormente’, ¡ahora mismo!”, objetó el muchacho, “Todo es misterioso... Mi lugar, mi rumbo... ¿Porqué estoy aquí?”
“Porque decidiste venir.”
“¿A un lugar desconocido? ¡Ni siquiera sé de donde vengo!”
“Eso, lo dudamos todos.” La niña comenzó a caminar, alejándose del muchacho... pero éste le siguió.
Caminaron largos minutos en silencio. La niña observando su cada pasito... El muchacho, pisando sus huellas.
“Me sigues”, la niña expone. “¿Es que ya sabes cómo contestarme?”
“Es que no quiero estar solo”, el muchacho contesta.
“Entonces te sientes ¿solo...?”
“No debo estarlo. Estoy contigo...”
“Pero así te sientes.”
La niña se detiene. Y el muchacho también.
La niña le continúa hablando, “No sabes dónde estás. No sabes con quién estás. Aún con mi presencia, dudas de mi compañía. Te sientes solo...”
El muchacho piensa... luego responde, “Sí... Me siento perdido...”
“¿Cómo te has perdido, si no sabes de dónde vienes? ... A menos que sepas que no deberías estar aquí... ¿Acaso no te agrada estar aquí? ¿Quieres estar en otro sitio?”
“No lo sé. Me siento incómodo aquí, porque no sé donde deba estar...”
“Quizás éste es tu lugar... Siéntate. Hablemos más. Ésto me gusta.”
Se sientan (el muchacho primero).
“Dime quién eres”, el muchacho le pide.
“Si eso tuviera importancia, me habría presentado desde un principio. Pero, bien, si deseas darme nombre...”
“¿No tienes uno ya?”
“Hasta ahora no ha sido importante. Llámame lo que desees.”
“Quisiera llamarte por tu nombre...”
“¡Entonces nómbrame!”
“Olvídalo. No importa...”
“Te lo dije. No es importante.”
Un poco disgustados, se quedan en silencio por un rato.
El muchacho rompe el silencio, “¿Te molesta si te llamo ‘Evelyn’?”
“Ese es mi nombre.”
El muchacho lo coge a burla, “¡No te creo!”
“Entonces, ¿¡es que me llamarás algo diferente!?”
“No...”
“Pues, Evelyn soy.”
“Yo soy Zavier.”
“Lo sé.”
“¿¿Ya nos conocemos??”
“Apenas estamos empezando... Pero, sí, ya sabía de tu nombre anteriormente.”
“¿Cómo?”
“Lo dices mientras duermes. Lo dices en tus sueños.”
“¿Es ésto un ¡sueño!?”
“Para algunos, sí.”
“¿¡Porqué sigues hablando en acertijos!? ¿Estoy soñando, ¡ó no!?”
“No te puedo contestar esa pregunta.”
“¡¿Y porqué no?!”
“Porque no le sé la respuesta...”, dice la niña, triste.
El muchacho se disgusta de nuevo, y hay otro silencio.
Y el muchacho lo rompe de nuevo. “¿Porqué querías saber cómo me siento?”
“Porque quería entender tu cara, tu mirada; saber lo que pensabas.”
“¿Qué entiendes?”
“Todavía poco. Quizás me lo puedas explicar tú.”
“Explicarte...”
“¿Porqué miras así?”
“Creo que busco algo... ó a alguien... ¡Respuestas! Busco-”
“¡Buscas conocimiento!”
“Algo así. No entiendo muy bien qué es lo que está pasando... aquí... con nosotros... ¿Qué es esto?”
“No tienes que entenderlo... Sólo tienes que sentirlo.”
“Pero no sé qué debo sentir.”
“Todo.”
“No entiendo...”
“Que bueno.”
El muchacho se disgusta, “Me quiero ir.”
“¿A dónde irás?”
“¿¡Porqué crees que tengo idea!? No sé, siquiera, ¡si pueda salir de aquí!”
“Puedes salir. Todos salen.”
“Todos... ¿Quienes son... todos? ¿Algunos... los que sueñan!?”
“Son como tú.”
“¿Dónde están?”
“No se encuentran”
“¡Entonces no son como yo! ¡Yo estoy aquí!”
“¿Estás seguro? ¿Cómo puedes estarlo? Ni siquiera conoces el lugar en donde estás.”
“Pero ¡sé que estoy! Como sé que existo. No tengo que conocerme para saber que soy yo.”
“Ah... Deseas conocerte...”
“¡Soy Zavier!”
“¿Y quién es Zavier?”
Zavier se queda en silencio, pensándolo... No sabe contestar.
Dice, “Zavier es ¡el que busca a los demás! Los demás, de quienes no me has dicho dónde están!”
“¡Y, ¿qué buena razón tienes para buscarlos?! Creí que no te sentías solo. ¿Ó es que te sientes mal acompañado?”, Evelyn pone una cara de depresión sarcástica. Y casi sonríe.
“¡DEJA YA DE JUEGOS!”, Zavier le grita, y se levanta. La carita de Evelyn enseña un poco de temor. Zavier continúa, “¡Me voy! Dime si en ésta dirección encontraré a los que son como yo.”
“Es posible”, dice Evelyn, un poco desepcionada, “Si has de encontrar a algunos, se encuentran hacia cualquier parte. Pero recuerda, los sueños se acaban. Y todo lo que tiene fin, no está terminado. Cuidado con los bordes. Si caes en peligro, no dudes en llamarme... Y antes de salir, no olvides despedirte...”
“Conoces bien éste lugar... Y escondes lo que conoces...”
“Conozco lo que soy, y soy parte de tu sueño. Y no escondo nada. Sólo aprendo.”
“¿Parte de mi sueño? ¡Entonces, ¿es un sueño?!”
“No. Creo que para ti, no lo es.”
“¡Y, ¿QUÉ ES?!”, Zavier se enfada de nuevo. Pero antes de que la niña le pueda contestar, desvanece bruscamente; y Zavier se queda solo, en el espacio de sus límites, con su viento y marea, su arena, su silencio...
Cuando por fin Zavier camina, lo hace en dirección hacia donde se había encontrado con Evelyn. Pero el sitio ya no estaba allí. En su lugar, había una penumbra tenebrosa, luces débiles y sombras coloridas. Un color oscuro; natural.
Aquí ya no hacía mucho viento, pero el aire se movía con libertad, y todavía podía cargar voces. Las voces que le llegaron a Zavier y lo hicieron saltar.
“-hasta la cruz!”
“¿Qué cruz?”
“¡Maldita sea!”
Eran las voces de tres hombres. Y todos sonaban agitados.
“Había una cruz en el suelo. ¡Marcaba el lugar!”
“Yo no veo tal cruz.”
“Maldita sea...”
Zavier se dirige rápidamente hacia las voces, y liberándose de obstáculos frondosos, encuentra (en efecto) a tres hombres.
Discutían:
“Yo sé que es por aquí. ¡Tienen que creerme! ¡Vamos! ¡Continuémos!”
“¡Creo que estamos perdidos! ¡Yo creo que tú nos perdiste!”
“¡Ay, virgen santa! ¡Maldita sea seguir caminando! ¡Ya me duele! Me duele...”
Zavier les interrumpe, “¿Están perdidos también? Que desafortunado... que los perdidos sólo encuentren a otros perdidos.”
“Nosotros no estamos perdidos”, el primer hombre le dice a Zavier.
“¡Estamos perdidos sí!”, protesta el segundo hombre.
“¡Maldita sea la madre...!”, concluye el tercero.
Entonces, Zavier pregunta, “Pues... ¿saben dónde estoy?”
“Con nosotros.”
“Perdido.”
“Adolorido.”
Zavier comienza a frustrarse, “¿Dónde estamos nosotros?”
“Estamos en el lugar donde había una cruz.”
“Pero no hay tal cruz. Asi que éste no es el lugar.”
“Ya me duele mucho. Donde estémos nos debemos quedar. Ya no quiero caminar más.”
“¿A dónde quieren ir?”, Zavier pregunta.
“Al lugar marcado por la cruz.”
“Queremos salir.”
“Me voy a sentar.”
Zavier pone cara de confundido, “¿No es éste el lugar marcado por la cruz?”
“Sí. Aquí es adonde queremos ir.”
“Pero éste lugar no es aquí. Porque no tiene cruz.”
“Me voy a acostar.”
Zavier ya está irritado, “¿Ustedes conocen a Evelyn? ¡Porque seguro hablan estupideses como ella!”
“¿Quién es Evelyn?”
“No la conocemos.”
“Quiero soñar...”
“Evelyn es una niña...”, Zavier explica. Y les describe a Evelyn.
“Ah sí. Todos conocemos a Evelyn.”
“Pero no es Evelyn.”
“Sueños bonitos...”
Zavier no puede más, “Entonces, ¡¿quién carajo es?! Si no es Evelyn, entonces no la conocen. Y si la conocen, ¡¿entonces quién es Evelyn si no es Evelyn?!”
“No sabemos quién es Evelyn. Pero todos aquí la han conocido.”
“¿Quién eres tú?”
“Déjenme dormir.”
“Todavía no le tengo respuesta a esa pregunta”, Zavier contesta.
“Entonces, para qué quieres saber quién es Evelyn?”
“¿Estás seguro de que tú ¡no eres Evelyn!?”
“Déjenme salir.”
La furia de Zavier está a punto de estallar, pero se distrae con lo último que dijo el tercer hombre. “¿Salir de dónde? ¿A dónde van a salir? ¿Cómo se sale?”
“Salir de éste sueño...”
“Despertando...”
“¡¡¡La cruz!!!”
El tercer hombre se levanta en un instante, y sin señas de dolor alguno, echa a correr como un loco hacia la dirección de donde Zavier había venido. Los otros dos hombres... se van corriendo detrás de él.
“¡Esperen!”, Zavier les pide, “¡Creí que esto no era un sueño! ¡Explíquenme! ¡Por favor!”
Zavier los persigue, pero solo encuentra una total obscuridad de repente. Y ya no habían sonidos, ni compañía.
“Alguien explíqueme... por favor...”, Zavier casi lloraba.
“Todavía buscas conocimiento”, le contesta una vocecita a Zavier, “¿Qué quieres saber?”
“¡Evelyn! Pero, ¿dónde estás, que no te veo?”
“Ya sabes cómo me veo. No me tienes que ver. ¿Acaso todavía dudas de mi compañía?”
“No. Confío en ti. Confío que estás conmigo. Pero... no entiendo. Yo no te llamé...”
“No por mi nombre. Pero quisiste mi compañía. De ese modo me llamaste. Y ahora estoy aquí. ¿Porqué estoy aquí, Zavier?”
“Ayúdame a salir. ¿Dónde estoy?”
“Estás en un borde. Todo aquí... no ha sido terminado.”
“Quiero salir por favor.”
“¿Sabes porqué entraste?”
“No.”
“¿Y cómo es que sientes que ya debes salir?”
“¡Porque quiero salir!”
“Bien. Entonces no tienes por qué estar aquí.”
“¿Cómo salgo?”
“Despertando.”
“¡Eso dijeron aquellos hombres! ¡Pero tú dijiste que no estaba soñando!”
“Ah, ¡que bien! Encontraste a otros como tú.”
“¡Aquellos eran unos locos!”
“Eran como tú.”
“Y cómo tú, ¡¿no?!”
“No. Yo soy diferente.”
“¡¿Quién ERES, Evelyn?!”
“Soy...”, Zavier nota el cambio de voz de Evelyn, a tristeza, “No sé. Por eso busco a los demás. A los que son como tú. Son a los que único logro comprender; y puedo conocer.”
“Pero... ¿cómo sabes que eres diferente, si no sabes quién eres?...”
“Porque yo... nunca he podido salir...”
“¡Dime la verdad de una vez, Evelyn! ¿Es ésto un sueño?”
“No.”
“¡¡¡Entonces, cómo despierto!!!”
“Es que estás dormido... de una forma diferente... Y debes llegar a despertar, de una forma diferente...”
“¡Más acertijos! ¿¡De qué me hablas!?”
Pasaron segundos sin contestación. Y Zavier se encontró de nuevo en completo silencio (acompañado por la total obscuridad). Hasta que habló consigo mismo.
“Despierta, Zavier.”
“No es fácil.”
“Pero puedo.”
“Lo que busco es la salida.”
“Pero antes... debo encontrarme adentro.”
“Debo conocer mis razones.”
“Debo conocerme.”
“Me conozco.”
“Entonces sal, Zavier...”
“Adiós, Evelyn... quien sea que seas...”
“Despierta, Zavier.”
El muchacho sólo se escuchó. Y aunque no entendió, se sintió.
Y del sueño despertó. Pero aún ya en el mundo de su vida, todavía duda si vive... ó si duerme...
Despierta
por: Rubén
Roob’n
vendredi, octobre 10, 2003
Vida
"Cuando la luna está llena", le comenzó a decir, "es cuando más me siento que quiero vivir."
El viejo hombre miró aquellos ojos chiquitos y glaceados como si fueran sus propios. Y eran idénticos. Un marrón sauce, con ese rojizo de calor; dolor. Pero aquellos ojitos eran mucho más jóvenes; mucho más desinformados. Aquellos estaban llenos de preguntas, de deseos por descubrir. Y los del viejo, no tenían todas las respuestas, pero tenían aquel encanto que los pequeños buscaban. Los ojos viejos tenían la mirada dulce de un abuelo que había vivido largos años; y los había observado todos.
“¿Porqué?”, el niño le preguntó al viejo hombre, todavía mirándole a los ojos.
“Porque me trae buenos recuerdos”, respondió el abuelo, “Mi vida se trata de recuerdos. Bueno... Ahora. Ahora que no hago mucho, excepto luchar por mantener mis recuerdos. Acordarme de todo lo bueno. Las cosas lindas de mi vida. Porque cuando se acabe mi vida, solo tendré esos recuerdos.”
“¿Y la vida mía, Abuelo, de qué se trata?”, preguntó el nieto.
Por esa pregunta, esas palabras, el abuelo se le quedó mirando al niño en silencio por un momento. ¡Que ingenuo! Un niño de apenas ¡seis años de edad! ¡Y ya se pregunta esa pregunta! Ya quiere saber el propósito de la vida.
El abuelo pensó mucho durante ese pequeño rato. Le agarró de la mano a su nietecito... y finalmente respondió, “Tu vida se trata de vivirla. Tu vida se trata de vivir momentos que puedas convertir en recuerdos. Porque no hay propósito en la vida. No hay buena ni mala forma de vivirla. Sólo se vive, para poder sentir que la viviste. Para poder sentir que la aprovechaste. Para poder sentir que te conociste. Para poder decir que viviste.”
El niño sentía la fuerza del corazón de su abuelo, en el agarre de sus manos. Eran las últimas fuerzas del viejo, pero el apretón llenaba al niño de vida... tanto como si el viejo corazón fuera el de seis años. Pero el viejo corazón tenía noventa-y-seis años... y ya pronto dejaría de latir. Ésto el niño lo sabía. Y el abuelo se dió cuenta del conocimiento de su nieto, cuando vió los ojos glaceados comenzar a lagrimarse; y en torno, luego, las lágrimas caer.
“¿Tienes muchos buenos recuerdos, Abuelo?”, el niño hizo otra pregunta.
“Sí”, le contestó, “Considero mi vida vivída, exitósamente, porque he llegado hasta aquí. Hasta el punto de mirar atrás y poder decir que la viví.”
“¿Entonces vivimos... ¿para llegar hasta ahí?”, preguntó el niño, “¿Y si no vivimos feliz? Y si no hay nada que valga la pena recordar, ¿cómo vivimos?”
El abuelo sonrió, “Cuando sientas que hallas vivído, entonces serás feliz. Porque la vida te hace feliz. Son esos momentos de la vida, que recuerdas al vivirla, que te hacen feliz. La felicidad está en vivirla. Recuerda.”
Susurrando esas últimas palabras, el abuelo cerró los ojos... y cuando su nieto sintió en su mano un pequeño apretón, dejó de vivir.
Pero el niño le habló aún, “Voy a vivir recordando. Y me acordaré de ti.”
-Rubén
Roob’n
"Cuando la luna está llena", le comenzó a decir, "es cuando más me siento que quiero vivir."
El viejo hombre miró aquellos ojos chiquitos y glaceados como si fueran sus propios. Y eran idénticos. Un marrón sauce, con ese rojizo de calor; dolor. Pero aquellos ojitos eran mucho más jóvenes; mucho más desinformados. Aquellos estaban llenos de preguntas, de deseos por descubrir. Y los del viejo, no tenían todas las respuestas, pero tenían aquel encanto que los pequeños buscaban. Los ojos viejos tenían la mirada dulce de un abuelo que había vivido largos años; y los había observado todos.
“¿Porqué?”, el niño le preguntó al viejo hombre, todavía mirándole a los ojos.
“Porque me trae buenos recuerdos”, respondió el abuelo, “Mi vida se trata de recuerdos. Bueno... Ahora. Ahora que no hago mucho, excepto luchar por mantener mis recuerdos. Acordarme de todo lo bueno. Las cosas lindas de mi vida. Porque cuando se acabe mi vida, solo tendré esos recuerdos.”
“¿Y la vida mía, Abuelo, de qué se trata?”, preguntó el nieto.
Por esa pregunta, esas palabras, el abuelo se le quedó mirando al niño en silencio por un momento. ¡Que ingenuo! Un niño de apenas ¡seis años de edad! ¡Y ya se pregunta esa pregunta! Ya quiere saber el propósito de la vida.
El abuelo pensó mucho durante ese pequeño rato. Le agarró de la mano a su nietecito... y finalmente respondió, “Tu vida se trata de vivirla. Tu vida se trata de vivir momentos que puedas convertir en recuerdos. Porque no hay propósito en la vida. No hay buena ni mala forma de vivirla. Sólo se vive, para poder sentir que la viviste. Para poder sentir que la aprovechaste. Para poder sentir que te conociste. Para poder decir que viviste.”
El niño sentía la fuerza del corazón de su abuelo, en el agarre de sus manos. Eran las últimas fuerzas del viejo, pero el apretón llenaba al niño de vida... tanto como si el viejo corazón fuera el de seis años. Pero el viejo corazón tenía noventa-y-seis años... y ya pronto dejaría de latir. Ésto el niño lo sabía. Y el abuelo se dió cuenta del conocimiento de su nieto, cuando vió los ojos glaceados comenzar a lagrimarse; y en torno, luego, las lágrimas caer.
“¿Tienes muchos buenos recuerdos, Abuelo?”, el niño hizo otra pregunta.
“Sí”, le contestó, “Considero mi vida vivída, exitósamente, porque he llegado hasta aquí. Hasta el punto de mirar atrás y poder decir que la viví.”
“¿Entonces vivimos... ¿para llegar hasta ahí?”, preguntó el niño, “¿Y si no vivimos feliz? Y si no hay nada que valga la pena recordar, ¿cómo vivimos?”
El abuelo sonrió, “Cuando sientas que hallas vivído, entonces serás feliz. Porque la vida te hace feliz. Son esos momentos de la vida, que recuerdas al vivirla, que te hacen feliz. La felicidad está en vivirla. Recuerda.”
Susurrando esas últimas palabras, el abuelo cerró los ojos... y cuando su nieto sintió en su mano un pequeño apretón, dejó de vivir.
Pero el niño le habló aún, “Voy a vivir recordando. Y me acordaré de ti.”
-Rubén
Roob’n
jeudi, octobre 09, 2003
Dos en un Café
Ella se sienta muy derecha
y muy alta la cabeza;
¡es como si fuera a tocar a Dios!
Él se sienta un poco jorobado
en la silla que está al lado;
Y está pensando si hablar o no.
Están juntitos a un lado,
comiendo mantecado...
Y no existe nada más que amor.
Hay un lector en la librería
que no ha pagado todavía,
¡pero ya va por el capítulo dos!
Y la mesera tiene un lema:
Que si la comida llena,
¡la propina debe ser mayor!
La música no distrae a la pareja
porque no le dan oreja,
¡a la cantante y su magnífica voz!
Porque ellos dos; ¡ellos dos!
Están sentados a un lado,
comiendo mantecado,
¡Y no existe nadie más alrededor!
Cercano está un ejecutivo,
contando su efectivo,
y otras cosas más de mucho valor.
En otra mesa hace frío,
porque un niño tiene un abrigo,
que lo lleva para tener calor.
Pero para ellos dos; ¡ellos dos!
Juntitos a un lado;
comiendo mantecado.
¡No existe nadie más alrededor!
La compañía se hace extraña;
con chicas en mini-falda,
y un muchacho con un sombrero de mahón.
Cerca hay dos juegos de ajedrez,
que ocurren a la vez;
¡y un señor al fin mueve su peón!
Pero ellos dos; ¡ellos dos!
Juntitos a un lado;
comiendo mantecado.
¡Y no existe nadie más alrededor!
Las horas se hacen largas;
las puertas casi cerradas,
¡Y la cajera ya desconectó!
Pero ellos dos; ¡ellos dos!
Juntitos a un lado;
comiendo mantecado.
¡Y no existe nadie más alrededor!
¡Y no existe nadie más alrededor!
-Rubén
Roob'n
Ella se sienta muy derecha
y muy alta la cabeza;
¡es como si fuera a tocar a Dios!
Él se sienta un poco jorobado
en la silla que está al lado;
Y está pensando si hablar o no.
Están juntitos a un lado,
comiendo mantecado...
Y no existe nada más que amor.
Hay un lector en la librería
que no ha pagado todavía,
¡pero ya va por el capítulo dos!
Y la mesera tiene un lema:
Que si la comida llena,
¡la propina debe ser mayor!
La música no distrae a la pareja
porque no le dan oreja,
¡a la cantante y su magnífica voz!
Porque ellos dos; ¡ellos dos!
Están sentados a un lado,
comiendo mantecado,
¡Y no existe nadie más alrededor!
Cercano está un ejecutivo,
contando su efectivo,
y otras cosas más de mucho valor.
En otra mesa hace frío,
porque un niño tiene un abrigo,
que lo lleva para tener calor.
Pero para ellos dos; ¡ellos dos!
Juntitos a un lado;
comiendo mantecado.
¡No existe nadie más alrededor!
La compañía se hace extraña;
con chicas en mini-falda,
y un muchacho con un sombrero de mahón.
Cerca hay dos juegos de ajedrez,
que ocurren a la vez;
¡y un señor al fin mueve su peón!
Pero ellos dos; ¡ellos dos!
Juntitos a un lado;
comiendo mantecado.
¡Y no existe nadie más alrededor!
Las horas se hacen largas;
las puertas casi cerradas,
¡Y la cajera ya desconectó!
Pero ellos dos; ¡ellos dos!
Juntitos a un lado;
comiendo mantecado.
¡Y no existe nadie más alrededor!
¡Y no existe nadie más alrededor!
-Rubén
Roob'n
mercredi, octobre 01, 2003
A veces...
...pienso en los demás. Me acuerdo que quiero que los demás alrededor de mí también estén feliz.
Recibo halagos y alientos, y se me olvida devolverlos. "¡Felicidades por tu éxito en las clases de universidad! ¡Sigue así!". Se me olvida preguntar, "¿Y tu día? ¿Te va bien? ¿Eres feliz?"
Se me olvida que la vida no es solo sonreir, sino también hacer sonreir. Compartir amor y felicidad.
Tengo un problema con Mirella. Sé que ella necesita de mí; aunque no lo diga directamente. Y lo más que quiero es estar ahí para ella. Pero también me ha dicho que necesita su distancia, su espacio. No le quiero ser negligente, pero tampoco quiero ahogarla.
Quiero que ella sepa que se puede acercar a mí. Que me tiene aquí.
También debo soltarme más, y confiarme más con Mirella. Porque lo que siento, ella lo debe saber. Y porque la quiero, con ella lo debo compartir.
El domingo se supone que nos veámos. Hablaré eso con ella...
(Hmm... éste Comment se ha convertido tan largo, que lo debo postear en el Blog...)
Roob'n
...pienso en los demás. Me acuerdo que quiero que los demás alrededor de mí también estén feliz.
Recibo halagos y alientos, y se me olvida devolverlos. "¡Felicidades por tu éxito en las clases de universidad! ¡Sigue así!". Se me olvida preguntar, "¿Y tu día? ¿Te va bien? ¿Eres feliz?"
Se me olvida que la vida no es solo sonreir, sino también hacer sonreir. Compartir amor y felicidad.
Tengo un problema con Mirella. Sé que ella necesita de mí; aunque no lo diga directamente. Y lo más que quiero es estar ahí para ella. Pero también me ha dicho que necesita su distancia, su espacio. No le quiero ser negligente, pero tampoco quiero ahogarla.
Quiero que ella sepa que se puede acercar a mí. Que me tiene aquí.
También debo soltarme más, y confiarme más con Mirella. Porque lo que siento, ella lo debe saber. Y porque la quiero, con ella lo debo compartir.
El domingo se supone que nos veámos. Hablaré eso con ella...
(Hmm... éste Comment se ha convertido tan largo, que lo debo postear en el Blog...)
Roob'n